domingo, 23 de febrero de 2014

Una noche

Los rulos sobre la cara. Para adelante, para atrás. Nunca había prestado atención al peso de su pelo contra ella misma. Su pelo era suave.Y rojo. Pero ahora, en la oscuridad no se distinguía el color y la suavidad no alcanzaba a sentirse con esos toques imperceptibles contra su piel. Trató de concentrarse, se ató rápido el pelo con una gomita que tenía en la muñeca. Pero entonces se detuvo en el contraste de su piel blanca sobre aquel cuerpo con otra tonalidad, un poco más rosado quizá. ¿De qué color era? Había unos lunares parecidos a los suyos. Le hubiera gustado seguir el camino que dibujaban. Detenerse. Pero todo se daba como en un apuro. Su cuerpo la apuraba. Y el de él. De golpe se dio cuenta de que estaba gritando, gimiendo y le dio algo de vergüenza ajena por ella misma. Pensó que a él también le incomodaban los gritos pero no había forma de callarlos. ¿Pensaría él que estaba exagerando? Le hubiera gustado desdoblarse. No estar en ese cuerpo que gritaba sino abrazarlo por atrás y besarle la nuca, los pechos contra la espalda, mientras él seguía haciendo lo que hacía en medio de esos gritos desalmados.

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