El cansancio baja. Siempre baja. Va
de arriba a abajo. Se aloja entre los ojos y los toma por el lagrimal, como si
fuese dolor, como si fuese llanto. Pero no, es cansancio. Cansancio que baja y
tira la cabeza hacia delante. La espalda se vence: lleva encima el peso de los
días, de los muertos, de lo cotidiano, de lo enfermo, de lo inevitable, del
sinsentido. Pero cuando por un momento el cansancio cede, tibiamente aparecen
las ganas, un nuevo deseo y entonces, en los ojos florece el reflejo de la vida
y las lágrimas -que nunca cayeron- son vencidas por cansancio.
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