jueves, 27 de marzo de 2014

Los perdidos

Todos se fugaron. Física o mentalmente. Los que quedan están postrados, en sillas de ruedas, con la vista perdida. No hay nadie a cargo en medio de todo esto. En medio de un mundo que se derrumba. Busco la alegría entre los escombros, pero parece haber sido uno de nosotros. Parece haberse fugado con el resto.
Entre los perdidos hay un profeta. Un hombre al que los demás consideraban un  maestro, que asegura que la salvación está en centrarse en uno mismo. Que repite que no deben importar los dolores ajenos. Se tira por los barrancos como un niño, rueda hacia abajo sobre su propio cuerpo, se golpea contra toneladas de basura y vuelve a subir corriendo, para aclamar agitado y con el dedo índice señalando el cielo: "Concéntrense en ustedes mismos". Los de la vista perdida parecen mirarlo. Quizás llegan a recordar que aquel hombre desnudo gordo y pelado que vocifera sobre la montaña nauseabunda fue alguna vez su hermano. Pero hace mucho de eso. Ni yo, que creo tener las facultades mentales intactas, lo recuerdo.
Les hago de comer con lo que encuentro en la basura. Son nueve, uno que ya no come y yo. El que ya no come morirá pronto. Le paso paños fríos por la nuca para aliviar un dolor que no comprendo. Mientras lo hago miro para los costados porque escucho ruidos o porque siento algún olor y temo que alguno se haya hecho encima. La realidad es que no me importa lo que estoy haciendo, pasarle el paño sucio frío, mojado en agua turbia sobre la frente. A él tampoco parece importarle. No creo que pase la noche, pienso, y recuerdo que lo mismo pensé hace dos días. Debe tener veinte años. Está casi desnudo también. La ropa se fue gastando o se la fue arrancando o se la robaron.
Vienen los forajidos y arrasan con todo. Tengo que estar atenta. Podría irme. Fugarme como los otros. Dicen que hay un lugar, cerca, en donde hay felicidad. Pero me quedo aquí. No quiero irme de mi tierra. Y los de la vista perdida son lo más parecido a mi familia. Se volvieron locos con el derrumbe y con la locura del resto. Como si fuera un contagio. Una epidemia. Yo me lavo las manos en el agua turbia después de tocarlos, aunque intento no tocarlos mucho a veces ellos me tocan. Me buscan. Los esquivo.
El que se está muriendo dejó de comer cuando empezó a pensar que la comida estaba envenenada. Se acurrucaba en un rincón y movía la cabeza para un lado y para el otro cuando le acercaba la cucharada de sopa de cáscaras. Cuando aún tenía la fuerza, salía corriendo. Creo que más que miedo a que lo envenenaran, en el fondo quería morirse.
El profeta sigue gritando. La verga le cuelga entre las piernas como a los viejos, grande y grotesca. Inservible. El dedo índice sigue señalando el cielo. El moribundo abre la boca. Presiento la muerte. La huelo. Algo negro sale de su boca. Le bajo los párpados. Un espasmo mueve el cuerpo por última vez.
"Concéntrense en ustedes mismos", grita el hombre gordo que en un tiempo fue cristiano. Tiene un libro bajo el brazo. Nadie sabe qué dice, quién lo escribió. Creo haber escuchado que él mismo tomaba notas de sus propios pensamientos. Él era su propio maestro. Se tira otra vez por la ladera de la montaña de mierda y comida podrida. Rueda y ríe a carcajadas. No recuerdo el nombre del que acaba de morir.




1 comentario:

  1. Impresionante. Una trompada.

    Cierta vez, a un tal Sr. Luis Alberto se le rompió el lavarropas. Viendo como se amontonaba en su casa una pila infinita de ropa mugrienta compuso esto:

    http://www.youtube.com/watch?v=a1HvjDPXLlA

    TREPEN A LOS TECHOS! YA LLEGA LA AURORA, MARI!

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