viernes, 21 de marzo de 2014

Escupir

Si pudiera escupir, llenaría de saliva el piso. Tengo algo atragantado pero por más que junto y junto saliva en lugar de escupirla, me la trago. No está bien salivar en la calle. En frente de todos. Solo quiero llegar a casa para escupir.
Un señor me toma del brazo y me pregunta dónde queda La manzana de las luces. Lleva un mapa. Debe ser extranjero. Me trago la saliva y le señalo enfrente. Lo veo entrar con paso lento pero entusiasmado. Su vida tiene un sentido. Al menos en este instante.
Podría establecer sin ningún tipo de error quiénes de los que me rodean tienen algún tipo de finalidad hoy. Nos concentramos en el semáforo y avanzamos como un ejército de idiotas. Ahora volviendo a casa. Por qué no podría escupir entre la gente. Me lo pregunto y me doy cuenta de que nadie vería lo que hago. O sí, pero a nadie le importaría. No lo hago.
Trago la saliva otra vez.
“No es de niñas escupir” y me arrastraron de la oreja en pleno concurso con mis primos para ver qué escupitajo llegaba más lejos. Sin tele, sin internet, sin libros ni revistas, en el medio del campo mientras todos duermen la siesta, no hay mucho para hacer. Uno se tiene a uno y a su cuerpo. Y a sus primos. Y a la saliva.
Alguien me empuja mientras bajamos escaleras abajo. Todos están apurados. La sensación de que el subte va a pasar un segundo antes de que lleguemos al andén nos posee a todos. Nos motoriza. Y aceleramos. Todos a la vez. Yo no puedo ir más rápido. Solo dejo que me golpeen y empujen mientras pasan. Pensarán “esta boluda que no se apura” pero no me importa.  Al final vamos a terminar todos apiñados un buen rato. Es como una tortura. Muertos de calor pero abrigados porque arriba está fresco, nos contorsionamos para no rozarnos, para no pegarnos, para no matarnos.
Si la flaca de anteojos que hace que lee un libro se dejara llevar por el día que tuvo, o por la semana que tuvo, mataría al tipo que la está apoyando sin querer; pero en lugar de eso mueve un poco la cola para un lado y pasa la hoja 32 de Cincuenta sombras de Grey. Dos vagones más adelante deben estar afanando. Lo sé porque a esa hora están siempre. Te roban lo que pueden y si los mirás o los ves te ponen una cara que te hace temblar las piernas. A mí no me da miedo que me roben, me da miedo que me miren con esa cara.
Llegando a Carabobo el subte ya está más vacío. Una chica se corre para dejarme sentar. Chatea por blackberry. Tan fácil sería para mí mandar un mensaje pero no. Me prometí no escribirle. La última vez que le dije de vernos me arrepentí. Toco mi cartera para sentir el celular y cerciorarme de que lo agarré. Lo apagué a las cuatro de la tarde, harta de los llamados de Joaquín y no lo había vuelto a prender.
A Joaquín lo conocí en una fiesta gay. En plena época post separación, cuando todo me importaba muy poco y hacía lo que podía.  A veces era estar tirada todo el día en la cama, otras era laburar hasta caerme redonda de sueño. Casi siempre era tomarme todo lo que encontrara. Los sábados salía con mis amigas y terminábamos en cualquier lado. Como en la fiesta esta, donde conocí a Joaquín. Fue la primera vez que me fui de un boliche con alguien. Estaba en plena etapa “dejarme llevar”.Y así fue. Después de hablar un poco, de escuchar frases hechas, me preguntó: ¿tu casa o la mía? Otra frase hecha que yo escuchaba por primera vez. Me pareció “más seguro” la casa de él. Podría irme cuando yo quisiera, pensé. Mi imaginación es corta ahora que me doy cuenta. Algo de miedo me daba pero él me inspiró confianza. Será porque me agarró de la mano y cuando le dije que era la primera vez que me iba con alguien de un boliche me dijo que él también. Será porque tenía cara de nene. O de nena. Me pregunté si era gay.
Nos desvestimos mientras nos besábamos. Le saqué la camisa. No tenía ni un solo pelo. Flaco, rubio, alto y sin un pelo. En el medio del pecho, un tatuaje que era una palabra o dos. Alcancé a ver letras. 
Me costó dormirme, hacía calor y quería irme a casa pero no me dio para despertarlo. Miré su tatuaje. Las letras eran góticas: “Remember” ocupaba todo el pecho
Nunca me dijo qué era eso que tenía que recordar. Imaginé que cuando ganara su confianza me lo diría pero aún sigue siendo un secreto para mí. Y supongo que lo será para siempre. Salí con Joaquín seis meses. Hasta hace unos días. Y no deja de llamarme. Ni sé por qué me fui con él del boliche, ni por qué estuvimos seis meses juntos. El tiempo se fue rápido. Yo lo pasaba bien aunque él nunca entendió mi humor ni yo su bucólica manera de vivir, su silencio y sus secretos. Las cosas iban apareciendo de a poco, una ex mujer, un hijo en Bariloche, la merca. Escuchábamos Morrisey a todo volumen desnudos en la cama y para él eso era todo. A la cuarta vez de hacer lo mismo, me aburrí. Quería hacer otra cosa, ni sé qué. Otra cosa. Toda su inventiva y originalidad estaba puesta en la cama: se esmeraba demasiado. Compraba cosas, juguetes, lencería. Que te tapo los ojos, que te esposo a la cama, que disfrazate… Nos veíamos los fines de semana, como mucho dos días, así que técnicamente salimos menos de treinta días. En el medio me mandaba por txt todo lo que me iba a hacer la próxima vez que nos viéramos y de algún modo, todo ese esfuerzo en el sexo, toda esa apatía por la vida real, por comunicarse conmigo terminó siendo contraproducente. No pude acabar. Y fue lo peor que le pudo pasar a él. Redobló la apuesta y se esmeraba como nadie pero yo no podía y tuve que fingir para que me sacara de una buena vez la mano, la lengua o lo que fuera que me había metido. Me hizo jurar que no había fingido y le mentí.
Ahí me di cuenta de que la cosa no iba para ningún lado. Yo esperando algo que no iba a tener. Y él, igual.
Si prendo el celular ahora voy a tener 98 llamadas perdidas de Joaquín. Remember le dicen mis amigas a Joaquín. Yo le digo JR. Cinco llamadas perdidas, 3 mensajes de voz y 2 de texto. Estuvo tranquilo.
No es que me haya borrado, le mandé un mail. De cobarde. Un mail en el que decía que me había gustado mucho conocerlo, que había aprendido muchas cosas (que no enumeraba) pero que todavía no había podido superar mi separación. Que me disculpara. Que necesitaba tiempo. “Tiempo”, repetí después del punto final. Y después nunca más le atendí el teléfono.
Los mensajes de voz decían más o menos lo mismo: “Hola, ehhh, bueno, leí tu mail. No entiendo bien qué te pasa. Llamame”. Los mensajes de texto eran más jugados: “Espero que te vaya bien en la vida. Creo que me merecía otro tipo de trato”.
Sé que tengo que llamarlo. Pero sé que no voy a poder mentirle si lo hago. No me hago la santa, la que nunca miente, simplemente me es más sencillo mentir por escrito. También me es más sencillo decir la verdad por escrito. Es raro. Digamos que me es más fácil todo por escrito. O que todo lo personal, telefónico o presencial, me es muy difícil. Cómo decir: Hola, mirá te fui conociendo y no me fuiste gustando. Me pasó justamente al revés. Igual por ahí soy yo. Cómo no decirlo. Cómo tener a la persona en frente y decirle que todavía no superé la separación cuando estuvimos curtiendo por seis meses.
Voy a llamarlo. Otra vez las ganas de escupir. A ver si puedo ahora que estoy en casa. No. Tampoco. Junto la saliva bien, está todo listo pero cuando tengo que escupir me da como impresión y me la trago.
Tengo un mail de Joaquín, también. Dice que está triste, que le hubiera gustado que lo llame. Tiene razón, pobre. No se merece esto pero no puedo hacer otra cosa. No puedo. En un par de días se va a olvidar, aunque se llame Remember se va a olvidar de mí y yo de él. Lo nuestro no fue nada. En unos años voy a tener que hacer fuerza para acordarme del nombre. Lo sé. Ahora no puedo llamarlo. Dice que soy una chota porque no tuve los huevos de … Pone tuve con b larga. Idiota. Si hay algo que me quita todo interés son las faltas de ortografía. En un sms vaya y pase pero en un mail que tenés el corrector, es desinterés. Así que no “tube” los huevos de llamarlo. Tubi tres, pedazo de pelotudo. Ahora no te voy a llamar una mierda.
Qué bronca que me diga chota. Odio sentir que alguien piensa eso de mí. Yo ¿una chota? Por qué porque no puedo mirarte a la cara y decirte que sos un freak de mierda que se depila la entrepierna y las gambas como una mina, que todavía no me supo explicar qué hacía en la fiesta gay, que toma merca para “animarse”, que tiene un pibe que no ve hace meses… por favor, y la chota soy yo por no llamarte. Le escribiría: JR, andate a lavar bien las patas. Pero no puedo. Soy muy educada. Soy tan educada que cuando pienso realmente en qué decirle me sale “andate a lavar bien las patas” que no tiene malas palabras. ¡Qué educación eficiente, por favor, no tiene fisuras!
“Las niñas no dicen malas palabras” y la concha de tu madre. Por qué las mujeres no podemos expresar lo que nos pasa con palabras sucias, prohibidas, insultantes. No es que no pueda decir malas palabras pero queda mal. En una mujer queda mal. Entonces las digo entre mujeres, o sola pero delante de un hombre, la boca se me haga a un lado.
Igual hay peores que yo. Queda mal decir “chabón”, me dijo una vez una amiga. ¿Estamos todos locos? Y si alguien tiene ganas de putear y es mujer se tiene que tragar la mierda para adentro. Tiene que escupir para adentro. Putear para adentro. Pudrirse y con una sonrisa decir “por favor”.
Chota. Cómo me va a decir chota. Todo el esfuerzo que hice para que él se sintiera bien. No le dije nunca nada de sus faltas de ortografía, de su falta de interés, de sus amigos y ahora soy una chota…

Agarro el celular para llamar a JR pero me acuerdo que lo prendí para llamar a Martín. Para no llamarlo en realidad. Para reprimirme las ganas de hacerlo. Pero no puedo.
¾     Hola, ¿Martín? ¿Podés hablar? Dale, llamame cuando puedas. Beso
Yo sola me mando. Está con su mujer y tengo clarísimo cómo viene la mano. Ya me dije mil veces que no iba a volverlo a llamar. Pero en este momento por algún motivo es al único al que quiero ver. Quiero que venga y me bese y me diga que me quiere y después de que hagamos el amor, se vaya. Quiero quedarme extrañándolo. Quiero sentir algo de ese momento. De esa falta. Quiero sentir algo real.    
¾     Hola, sí. Perdoná recién que… Dale. Te espero. Sí, tipo once y media está bien. Beso
Qué habrá inventado. A las once va a salir de la casa… dirá que se va a tomar algo con los amigos. No sé… Cuántas veces me habrán engañado con la misma historieta. Cuántas no, y yo la pasaba mal pensando que sí. Y lo esperaba, sufriendo, porque era el amor de mi vida, en aquella terraza recién comprada. Sola. A las tres de la mañana. Lo veía volver borracho. A veces no volvía y pasé de creer que me engañaba a darme cuenta de que no quería estar conmigo. El dolor fue mucho más real. Por ahí a él también le era más fácil decir las cosas por escrito pero nunca me escribió ni me dijo nada. Y yo seguía esperando en la terraza. Cuántas veces fui la mujer de Martín ahora.
Y ahora que no soy la mujer de nadie, voy a ser más que ninguna la mujer de Martín. En una hora llega, mejor que me apure. Un baño, tender la cama y ordenar un poco. Tengo un vino por las dudas aunque nunca quiere tomar nada.

Hoy Martín vino puntual y se fue a horario, para las doce y media estaba en la calle. La noche está preciosa a pesar del fresco. Es de esas noches estrelladas y claras. Desde acá puedo ver toda la ciudad. Es hermosa cuando duerme. Mañana, de día, volverá a darme asco. 



2 comentarios:

  1. Me encantó !!!! Me encantó !!! No "tube" los huevos para llamarlo... excelente frase...
    Vale

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